Wednesday, 13 August
2014
En nuestra primera lectura escuchamos
de la protección dada a aquellos que han sido marcados por el Tau. Algunos han
propuesto como referencia escritural para la marca de los ser bautizado con la
Señal de la Cruz en la frente al principio del rito del bautismo. En este
simple gesto, el Ministro del bautismo, nuestros padres y padrinos nos han
demandado por Cristo.
¡Y gracias a Dios que lo hicieron!
Siendo firmado (y sellado) con la marca
de la Cruz no sólo nos dice de Cristo, pero nos pone en un camino que muchos
han viajado antes que nosotros, y muchos viajarán mucho después de que se han
ido. La señal de la Cruz, sin embargo, también nos introduce en una serie de
relaciones que crecen y florecen durante toda nuestra vida.
La primera relación es con Dios, él
mismo. La marca nos permite entrar en el misterio divino de la Trinidad; la
marca nos permite afirmar nuestra identidad como ser hecho a imagen y semejanza
del amor eterno. Nuestra entrada en esta relación nos llama a la conversión
profunda, para que nuestra vida puede reflejar la Cruz y la presencia del amor
de Dios en esta tierra.
La segunda relación es con el cuerpo de
Cristo. Ser marcados con la señal de la Cruz nos presenta a una comunidad que
se esfuerza por vivir como la vida de la Santísima Trinidad – en un perpetuo
regalo de amor la entrega por el bien de otros. Nuestra participación en el
cuerpo de Cristo se cumple en nuestra vida con el misterio pascual: nuestro
morir a sí mismo y subiendo nuevamente en la vida de Cristo.
Estar marcado por suerte nos invita a
penetrar en las relaciones naturales y sobrenaturales que desarrollaremos en
nuestras vidas. Pero, mejor aún, siendo marcadas conjuntos nos aparte de
grandes cosas – las cosas grandes que Dios hará a través de nosotros y las
grandes cosas que haremos para la mayor gloria de Dios.
In
our First Reading, we hear of the protection given to those who have been
marked by the Tau. Some have proposed this as the Scriptural reference for the
marking of those to be baptized with the Sign of the Cross on the forehead at
the beginning of the Rite of Baptism. In this simple gesture, the minister of
baptism, our parents and godparents have claimed us for Christ.
And
thanks be to God that they did!
Being
signed (and sealed) with the mark of the Cross not only claims us for Christ,
but sets us on a path that many have travelled before us, and many will travel
long after we are gone. The Sign of the Cross, however, also introduces us into
a series of relationships that will grow and flourish throughout our lifetime.
The
first relationship is with God, Himself. The marking allows us to enter into
the Divine Mystery of the Godhead; the marking allows us to claim our identity
as being made in the image and likeness of Eternal Love. Our entrance into this
relationship calls us to deeper conversion, so that our life may reflect the
Cross and the very presence of the love of God on this Earth.
The
second relationship is with the Body of Christ. Being marked with the Sign of
the Cross introduces us to a community which strives to live as the Holy
Trinity lives – in a perpetual gift of self-giving love for the sake of others.
Our participation in the Body of Christ is fulfilled in our living out of the
Paschal Mystery: Our dying to self and rising anew in the life of Christ.
Being
marked thankfully invites us into the natural and supernatural relationships
that we will develop in our lives. But, better still, being marked sets us
apart for great things – the great things that God will do through us and the
great things that we will do for the greater glory of God.
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Enjoy the journey . . .
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